Vivimos en un periodo histórico en el que México se encuentra atrapado entre los egos de los cacicazgos en los que se centra una democracia frágil y el secuestro de las agendas a manos del neocaudillismo mexicano.
Columna: PANORÁMICA
Por: Ana Quintero / @anaquinteroave
En nuestro país, la clase política no dialoga de manera horizontal con otros sectores aglomerados de la población; ni siquiera debate internamente sus agendas programáticas. Por eso es que las decisiones importantes, como mantener a las instituciones castrenses en la calle o abrir procesos de pacificación, se han convertido en una simulación llena de dimes y diretes de baja calidad, análisis perezosos, declaraciones lamentables y justificaciones absurdas como para llorar de miedo.
Llegamos hasta este punto pantanoso porque la conversación (la agenda mediática) está dominada por un solo hombre, y en consecuencia, los vientos que indican el rumbo de México han sido sustituidos por soplidos insulsos que vienen de aquellos pulmones débiles y tiranoides. No podía ser diferente después de un siglo de dejarnos llevar por una inercia en la que un solo grupo político controlaba todo, lo que le pavimentó el camino a este hombre.
Por otro lado, la clase política no desea estar a la altura de la discusión. Ojo con esto del deseo porque es imposible que tantas personas con educación formal y trayectorias políticas y profesionales tan prolijas no hayan logrado darse cuenta del rol que juegan. Saben dónde se paran y continuar ahí es una decisión consciente.
La oposición recicla sus métodos fracasosos y decide, todos los días, mantenerse en ese lugar de confort que es ser minoría en casi todo. Quizá porque creerse víctimas es un papel que les ha resultado fácil de administrar, o porque aunque el proyecto político se vea fracasado, los cacicazgos mantienen su estilo de vida y eso será lo único que les importe.
Lo más agotador de presenciar esta convención de soliloquios en la que han convertido a la política mexicana, no es la falta de poder alguno que tenemos, sino el hecho de que se ha dicho todo y estos señores se niegan a escuchar. No ven a la opinión pública, ni a las víctimas, ni a la sociedad civil organizada, ni a la academia, ni nada. Solo caminan a traspié mientras se ven los ombligos; y en su andar, nos van a heredar una nación intransitable, inhabitable, al borde de lo irreparable, sin que siquiera, podamos meter las manos.