Naufragio cruento

Naufragio cruento

No hay mal que dure cien años, ni país que lo aguante. Al menos eso espero, porque mientras la generación X y los boomers han confiado en discursos llenos de ideas rancias que nos impusieron los vecinos del norte y que obedecen a intereses privados, nuestra generación (y las generaciones que vienen después) ha sido criada durante y por un conflicto armado atípico que no sabemos cómo solucionar.

 

Columna: PANORÁMICA 

 Por: Ana Quintero / @anaquinteroave

 

No es justo decir que la guerra nos ha hecho, porque nuestra identidad puede ir más allá de crecer en medio de contextos violentos; pero tampoco es justo negar que, a quienes vivimos y estamos en contacto con nuestro entorno inmediato, nos rodean cruces, tumbas de personas que tuvieron la mala suerte, historias de enfrentamientos armados, detenciones de criminales famosos, búsquedas interminables de personas víctimas de desapariciones forzadas, condiciones precarias, falta de oportunidades, leyendas aspiracionistas relacionadas con el crimen organizado, debates entre la censura a la narcocultura y la apología del delito.

Navegamos en un mar desasosegado que forma parte, grande o pequeña, de lo que somos, porque el desasosiego ha estado tanto tiempo, pero tanto tiempo entre nosotros (incluso antes que algunos de nosotros) que ya no recordamos el mar en calma. Es posible que, cada quien, en el mundo privado de su cabeza, sueñe con la paz, pero colectivamente no hemos logrado imaginar una realidad en la que no somos eso en lo que las armas y uniformes que defienden dichos intereses privados nos han convertido.

Caminamos, o nos empujan, por veredas oscuras, hechas de verdades a medias y archivos clasificados como confidenciales; con los ojos vencidos o vendados; con todas las dudas y todos los agravios colectivos porque sabemos que no es normal ser civil y poder diferenciar entre pirotecnia y detonaciones de armas de fuego. Pero seguimos caminando porque le cambiaron el nombre a la guerra y nos convencieron de que vamos por el mejor camino posible.

Observar la vida política de cerca es algo que orilla a la decepción, y a menudo al agobio y la desesperanza; pero ver que vivimos un naufragio cruento en el que una política pública de paz es una utopía, hace que den ganas de que mejor nos lleve la corriente.

 

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